22 de mayo de 2007

Saldría en bicicleta


Ayer quise tomarme un taxi. El que estaba en la parada "legal" establecida por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán era celeste (los taxis autorizados son blancos) y no tenía la oblea de registro (es una cosa plateada, bien visible, de unos 20 x 20 centímetros que va pegada en el parabrisas delantero).
Ante este panorama decido abalanzarme sobre un taxi autorizado, pulcro y con un chofer que aparentaba no haber bebido alcohol en las últimas dos horas. El taxi no se había detenido en la parada: subí al auto cuando se bajó otro pasajero. Antes de cerrar la puerta, un agente municipal nos advirtió, al chofer y a mí, que si yo no bajada del auto se vería obligado a labrar un acta de infracción. "Sólo se puede tomar taxis en las paradas autorizadas", dijo. Le expliqué que en la parada autorizada había un taxi ilegal, que él seguramente había visto, porque su color celeste metalizado lo hacía sobresalir del resto del conjunto. "Debe ser un error. En las paradas hay sólo taxis autorizados". Me bajé, le pedí disculpas al taxista por abordarlo ilegalmente y por las molestias que en consecuencia le causé. Y tomé del brazo al agente municipal mientras le proponía un desafío: conseguirme un taxi decente en la parada oficial.
El jovencito aceptó, me acompañó hasta la parada de taxis y me señaló el primer auto de la fila. "La oblea está despegada, si está registrado, es imposible ver el número de registro. El chofer no lleva abrochado el cinturón, el auto está sucio y sin la tarjeta de desinfección ni la identificación del conductor a la vista. No voy a subir", dije. Y empezamos a discutir. Se sumó otro inspector a la ronda de comentarios. Yo les señalaba vehículos que violaban unas cuantas normas de tránsito más otras tantas de transporte público y les pedía que hicieran las actas de infracción. Ellos me decían que sólo multaban a los que no respetaban las paradas. Yo les decía que eran unos nabos que arriesgaban mi seguridad obligándome a tomar taxis truchos en paradas oficiales. Ellos me contestaban que los autos estaban debidamente registrados. Yo les mostraba que en la mitad de los casos era imposible para el usuario determinar eso, por el mal estado de las obleas y de la chapa patente. Ellos me mostraron un lindo y limpio auto, con un chofer encinturonado, con una oblea bien exhibida y una chapa patente en condiciones: yo les hice notar que los vidrios llevaban una película oscura que los opacaba notoriamente más allá de los límites legales. Y era un taxi autorizado. Pero ellos no iban a multarlo. Y yo no iba a ganar nada discutiendo. Y me subí a un auto registrado que no cumplía un par de normas que yo estaba dispuesta a ignorar en favor de mi salud mental. Hice eso y debí haberme quedado en la puta parada, mostrándole a esos pendejos que cuando no hacen su trabajo me ponen en peligro a mí.
No lo hice y perdí la batalla por un buen servicio de transporte público.
Como la pierdo todos los días, cada vez que tomo el ómnibus que no respeta su frecuencia ni tiene carteles de desinfección ni identificación del chofer (que por supuesto no usa cinturón) ni tiene matafuegos ni cierra las puertas cada vez que está en movimiento ni tiene facilidades de acceso para discapacitados ni respeta las normas de circulación. Pingo.
Debería abandonar esta costumbre de dejarme ganar todos los días.

21 de mayo de 2007

Fontos


Al término lo inventó la Lore. Sirve para describir una forma de registrar imágenes a través de la fotografía. Dentro de pocos días vamos a pegar carteles: Font se expone. Queda al descubierto. No hay máscaras ni excusas ni gran pez ni el gran negro ni nada de nada de nada de nada. Sólo la imagen sola. Abandonada después de parida. Es así Fabián con todo: se apasiona, se enamora, captura, aprisiona, admira, padece y abandona. (Así va más o menos el ciclo de una fonto).
Ya tengo el título de lo que me pediste, bicho querido. Y también tengo de eso otro.

Sobre El Escorial



La reina agoniza. Lleva días así. El rey no soporta pasar la noche en vela, esperando a que se anuncie la muerte de su esposa. Llama al bufón para que lo entretenga. Para olvidarse del sufrimiento, tal vez. Para no aburrirse, por qué no.


(Por qué habría él de escatimar bufones. Hay que tener sentido del humor para construir el palacio en los depósitos de escoria. Levantarse sobre la caca. Poner sobre ella monasterios y unidades de administración del Estado. Montar la monarquía sobre los excrementos. Vivir rodeado de mierda. Enterrar a los padres en la mierda. Hay que tener sentido del humor y un sólido par de cojones).


Para el rey, con su esposa agonizan sus alianzas y acuerdos políticos. Tiemblan los hilos de la red que él ha tejido. Ella agoniza. Es una más sacudiéndose en la trampa pegajosa del soberano. Agoniza. Él tiene que esperar. Eso es todo. Cuando su presa muera verá cómo le saca el jugo. Mientras tanto sufre o se aburre o se cansa de sufrir y de aburrirse. Al fin y al cabo, sólo la muerte se atreve a poner al rey en espera.


El bufón no quiere entretenerlo. No quiere velar con él. No quiere y se sacude también en la telaraña. "No está bien reírse cuando la muerte trabaja", dice. Y propone un juego: divertirse. Di-vertirse. Llevar por varios lados. Dar vuelta. Desviar. Desviarse. Salirse del carril para ir por otro. Divertirse. Volcarse por otros lugares. Y hacen eso toda, toda, toda la noche.


Y al final quién sabe quién manda. Y quién sabe quién hace reír. Y quién sabe nada de nada.





Cuando agonicen las alianzas y los bufones se salgan de madre. Cuando agobien las plegarias de las devotas desgranando como cuervos sus rosarios. Cuando la única forma de callar a los perros sea matándolos me habrás de oír. Si me queda aliento en el lecho de muerte voy a pedir que te acerques para susurrar en tu cara: "te lo dije".

Centro Cultural Juan B. Terán. Viernes y sábados de mayo a las 22 .

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